No es actitud inteligente venirse abajo cuando llega el vendaval. Nunca fue productivo rendirse ante la tormenta, nunca dio beneficios claudicar ante la marea, por muy grande que fuese. Jamás fue digno alzar la bandera blanca sin luchar.
Ser derrotado no es, por lo general, grave, la vida sigue y hay que enfrentarse a cada compromiso con energías renovadas y nuevos aires, retos y objetivos. Cuando no vemos la salida es cuando empezamos a dar lo peor de nosotros mismos. Empezamos a despreciar todo lo que hacemos, lo que decimos, empezamos a “olvidarnos” de todo, empezamos a descuidar desde nuestras relaciones hasta nuestro aspecto personal. Empezamos a morir en vida.
Siempre hay que rendirse en el momento oportuno pero nunca, sin luchar.
Ahora en tiempos de crisis es muy habitual que nos consuma la pérdida de poder adquisitivo, que le demos al dinero más importancia que nunca y que no veamos la luz al final del túnel, que no sepamos enfrentarnos a nuestros problemas en definitiva.
Los gobiernos se aprovechan de esta sensación paralizante que le entra a cualquier ser humano “normal” ante adversidades infranqueables. No hacemos nada y eso les gusta a los de arriba. El pesimismo puede ser la mejor arma del que vive bien a nuestra costa.
En la cultura actual, muy influida, por ideologías de cariz pesimista y determinista, en la que la utopía, el socialismo y las alternativas políticas, sociales y económicas parecen desaparecer y agonizar bajo el paraguas de asociaciones de gente, que creemos, loca, parece no haber sitio para la esperanza, para la mejora de las condiciones de vida de la población actual.
La utopía está muerta, los hombres de hoy, en vez de luchar por trabajar 35 horas semanales se conforman con “ver los toros desde la barrera” ante la evidencia política de que la esclavitud será de nuevo, restaurada.
No se si escribí en esta columna que vivimos en la generación del pesimismo cómodo, que nos gusta quejarnos sin hacer nada. Que queremos hacer que las cosas cambien sin movernos, que siempre les dejamos a otros la tarea de mejorar la sociedad.
Y… que conste que esto lo escribe alguien pesimista, alguien que, hasta hace poco, estaba en tratamiento por depresión, un ser humano que se mostraba inactivo, pasivo y sin ganas de hacer nada.
“Nada va a cambiar” era mi frase favorita, era alguien que se quejaba de todo pero que no hacía nada, y sin hacer grandes esfuerzos, el mismo que decía ésto es el que más ha cambiado.
Precisamente ahora en crisis mis expectativas y mi ritmo de vida es cuando se ha transformado. Ahora me muevo por donde sea, tengo actividad política, estoy “oficialmente” en paro pero realizo ciertos trabajillos que me proporcionan un dinero, aunque sea bastante poco (relativamente, porque no creo que me haga falta mucho más) echo curriculums en decenas de sitios, aunque no me salga nada, y, hasta, hago ejercicio.
Mi receta para cambiar las cosas, simplemente, estar activo, moverse por donde sea y tener todo el día ocupado. No depender de la televisión para hacer planes, gastar energías donde sea que ya habrá tiempo para recuperarlas.
Comparado con esto, el prozac parece un fraude, algo sin más efectos que distraer un poco al cerebro.
Porque no hay que olvidarlo nunca, el primer paso para que cambie la “sociedad” o la “humanidad” es que cambie la gente. Si la gente enferma, la sociedad enfermará, cuando la gente empiece a madurar y a despertar, es inevitable que el cambio social llegará. O, dicho de otro modo, la conciencia individual es el único motor del cambio social.
Mirando con nuevos ojos con nuevos horizontes. Carlos M.