Aquí en España, la caída del dictador Primo de Rivera, desembocaría inexorablemente en la República, forma de estado y gobierno demandada por la ciudadanía tras la gran traición de Alfonso XIII, el gran apoyo, cómplice y coautor de la llegada y establecimiento del dictador faccioso en el poder.
Todo empezó un 12 de abril, festivo y célebre en el que España celebró sus primeras elecciones democráticas entre un clima, mezcla de sorpresa y júbilo por los nuevos derechos que las élites interesadas habían otorgado a la ciudadanía ante la inestabilidad política y la irrupción del socialismo en Rusia.
Como era de esperar después de la extensión de la información relativa a la connivencia del conservadurismo español con el dictador, ganaron las ideas republicanas, símbolo de un cambio que los obreros y muchos campesinos pedían a voces.
Alcalá Zamora, presidente del nuevo gobierno republicano invitó al rey a salir de España inmediatamente, en tanto, la calle se llenó de gente que, al grito de “Viva la república” celebraba la nueva situación política, sin sospechar, ni, el alcance, calado y beneficio social que traería ni la trágica forma en la que caería, sepultada por las garras del fascismo.
No fue el primer gobierno de la república un gobierno ideologizante sino un gobierno provisional que esperaba formar una España madura y consciente que pudiera ejercer la democracia de manera plena y acometer reformas apremiantes en materia social, económica y territorial.
El primer asunto a tratar sería la cuestión territorial, acelerado su debate por el líder por aquel entonces de Esquerra Republicana de Cataluña que había osado contrariar al ejecutivo proclamando la comunidad autónoma, estado independiente. Zamora, en respuesta, restauró la Generalitat.
Mucho más importante, pero tratada después, fue la cuestión agraria, materia que afectaba a la mayoría de la población de la España de aquel entonces, atrasada y predominantemente campestre y rural. El parlamento emitió pronto el decreto de laboreo forzoso, que obligaba a los propietarios a cultivar forzosamente la tierra, y el decreto de términos municipales que obligaba a los dueños de las tierras a contratar a gente de la tierra para detener el paro. Un seguro de accidentes y la jornada impuesta legal de 8 horas completaron este paquete de medidas que mejoró enormemente la vida en el campo. Un detalle muy importante teniendo en cuenta la nueva legislación de la Unión Europea que amenaza con restaurar la esclavitud privándonos de derechos de los que disfrutaban ya nuestros bisabuelos.
No menos acuciante fue la necesidad de formar a las nuevas generaciones para sacar a la nación de la miseria. Se fomentó la educación pública, gratuita y laica. Para ello, se acometió la construcción de un enorme número de escuelas y se intentó apartar poco a poco a la iglesia, cuyos tentáculos habían sujetado la educación, controlándola de manera casi orweliana.
Estas medidas fueron acompañadas con unas importantísimas leyes militares y de orden público.
Lo primero fue la obligación oficial de juramento de fidelidad a la república, que suscribieron la mayoría de los soldados y la “ley del retiro” que ofrecía jubilarse voluntariamente a un gran número de oficiales, sobre todo antidemócratas y desleales al orden republicano. Estas medidas pretendían modernizar el ejército y aumentar el poder civil.
Fue también importante el hecho de que no se acometiera una política de orden público eficiente, siendo este uno de los hechos que más sesgaría la reputación de éste período, algo de lo cual se alimentarían los detractores. Aún así destaca la creación de la Guardia de Asalto.
Todo este arsenal de cambios sentó como un jarro de agua fría a la Derecha y a la Iglesia. Ésta última, por ejemplo, no dudó en apoyar a las ideologías extremas y en defender los logros de la ya extinguida dictadura militar. A lo cual, la izquierda más radical respondió con la quema de conventos y emblemas del poder conservador.
Estos hechos no hicieron más que romper el matrimonio entre la iglesia y el estado de manera casi definitiva. La república se convirtió entonces en una obsesión de la iglesia.
[…]
Estos fueron los inicios, los primeros pasos que daría el incipiente niño republicano y que marcarían la historia de la nación per sécule seculórum, una manera progresista de avanzar al establecimiento de un verdadero gobierno en el que la democracia plena sería la norma.
Intentaré adelantar las próximas partes en cuanto me sea posible.